EL CÓMIC ESCOLAR DE LOS AMANTES DE TERUEL
Cuenta la tradición que por aquel entonces vivían en Teruel los jóvenes Juan
Diego Martínez de Marcilla e Isabel de Segura, descendientes de familias muy
principales. La vecindad de ambas casas y el trato constante desde la infancia
se convirtieron con el tiempo en un profundo amor mutuo; entonces Juan solicitó
a D. Pedro Segura, padre de Isabel, la mano de su hija.
Este, aunque estimaba la nobleza y las dotes del pretendiente, rehusó aceptar
excusando su escasez de fortuna por tener hermano mayor que heredaría a su
padre, según el derecho foral aragonés, en tanto él podía dotar a su hija con
generosidad. Informado Juan de esta dificultad, resolvió pedir a su amada un
plazo para obtener la hacienda necesaria al deseo de su padre.
Isabel le concedió cinco años y él
partió a la guerra, donde combatió valerosamente en la batalla de “Las Navas de
Tolosa” (1212) y “Muret”(1213).
Durante su ausencia, D. Pedro intentó con ahínco que aceptara a otros
pretendientes, pero Isabel, fiel a su promesa, no aceptó a ninguno. Llegado a
su fin el plazo y como Diego de Marcilla no regresaba, Don Pedro apremió a su
hija para que se casara, y ésta, viendo que el plazo de los cinco años había
pasado sin saber nada de su amante, aceptó. Enseguida su padre concertó la boda
con un señor de Albarracín, el señor de Azagra.
Entonces regresó Juan cargado de honores y riquezas, cuando Isabel pertenecía a
otro señor ante Dios y los hombres.
El amante, desesperado, se reunió con su amante para despedirse de ella,
rogándole, que en prenda de su imposible amor, le diese un beso con lo cual se
daría por satisfecho.
Isabel, invocando su honor, lo negó y
entonces, tras intentarlo de nuevo, Diego cayó muerto a sus pies.
Enterado el marido de cuanto acababa de
ocurrir, decidió
llevar el cuerpo del amante a la puerta
de su casa, donde al amanecer lo descubrió su padre, Don Martín de Marcilla,
quien luego del natural sobresalto, transido de dolor, dispuso el entierro de
su hijo en la Iglesia de S. Pedro.
Durante la celebración litúrgica, todos los asistentes vieron acercarse al
cuerpo inanimado, a una dama encubierta que, llegando hasta él, descubrió su
cara y le besó, quedando allí reclinada hasta que en el momento de iniciarse el
entierro, fueron a apartarla y descubrieron que era Isabel de Segura, quien no
obedecía a los ruegos de que se apartara porque estaba muerta. Ante el asombro
de los presentes, y después de que el novel marido relatara lo acontecido, se
decidió enterrar juntos a los dos amantes que desdichados habían sido en vida.